Ensayos clínicos con medicamentos. Nociones básicas

Queremos cerrar el año recomendado la lectura de este artículo de revisión que ha publicado el Boletín Terapéutico andaluz (BTA). El ensayo clínico es el tipo de diseño más adecuado para evaluar la eficacia de una intervención sanitaria y establecer su relación causal. Es decir, el mejor método para conocer si una determinada estrategia terapéutica es adecuada para tratar a los pacientes en la práctica clínica.

Para la comercialización de un nuevo fármaco se realizan estudios preclínicos (en modelos celulares y
animales) y clínicos (en humanos). Los ensayos clínicos son secuenciales y se denominan en fases según el momento del desarrollo del fármaco. Los ensayos clínicos de fase III se consideran indispensables para que se apruebe el fármaco para su uso en clínica. Para un buen diseño de los ensayos clínicos es necesario tener en cuenta: tipos de aleatorización, seguimiento, selección de la intervención, tamaño de la muestra, criterios de inclusión y exclusión, selección de variables (principal y secundarias) y duración. Todos estos factores son relevantes para garantizar una calidad en el diseño y la ejecución. En ese contexto, los resultados se podrán considerar fiables. Al final, la toma de decisiones en la práctica clínica y la atención al paciente vienen condicionados fuertemente por estos aspectos. Y de la misma manera, la publicación de los resultados de un ensayo clínico como herramienta fundamental en investigación, debe llevarse a cabo manteniendo y respetando unos estándares de calidad. Una vez publicado, a través de la lectura crítica se verifican la validez y aplicabilidad de los resultados para poder incorporarlos a la práctica clínica.

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Efectos adversos gastrointestinales asociados a agonistas GLP-1. Nuevos datos.

Los agonistas del péptido similar al glucagón 1 (GLP-1) son medicamentos aprobados para el tratamiento de la diabetes tipo 2 que han adquirido una gran popularidad los últimos años, y cuyo uso se ha incrementado en otras patologías como la obesidad por su efecto sobre la pérdida de peso.

Investigadores de la Universidad de Columbia Británica realizaron un estudio de cohortes con datos extraídos de una base de datos de EEUU. El objetivo del estudio fue determinar la tasa de incidencia de efectos adversos gastrointestinales incluidas pancreatitis, gastroparesia, obstrucción intestinal y enfermedad biliar en los pacientes tratados con agonistas de GLP-1 comparado con la combinación bupropión-naltrexona. Se incluyeron pacientes con obesidad que iniciaron semaglutida y liraglutida; se excluyeron pacientes con diagnóstico de diabetes o uso de antidiabéticos. Se realizó un seguimiento desde la primera prescripción del fármaco hasta la aparición de efectos adversos en los que se excluyeron enfermedades gastrointestinales secundarias a obstrucción de otras etiologías, o por otros fármacos. Se analizaron 4.144 pacientes que recibieron liraglutida, 613 pacientes que recibieron semaglutida y 654 la combinación de bupropión-naltrexona.

Los resultados mostraron una edad media entre los 45 y 53 años, y un porcentaje de hombres entre el 61 y el 81%. La incidencia de enfermedad biliar (por 1.000 personas/año) fue de 11,7 para semaglutida, 18,6 para liraglutida y 12,6 para la combinación bupropión-naltrexona. Para la pancreatitis se vieron incidencias del 4,6, 7,9 y 1, respectivamente. Se determinó que el uso de agonistas de GLP-1 se asoció con un mayor riesgo de pancreatitis (HR 9,09 [IC 95 %, 1,25-66]), obstrucción intestinal (HR 4,22 [IC 95 %, 1,02-17,4]) y gastroparesia (HR, 3,67 [IC 95%, 1,15-11,9]) pero no enfermedad biliar (HR 1,50 [IC del 95%, 0,89-2,53]) en comparación con bupropión-naltrexona.

En este contexto, dado que se trata de fármacos cada vez más utilizados en pacientes con obesidad, la evidencia creciente de unos riesgos asociados que pueden ser graves, obliga a considerar en cada caso, valorar la relación riesgo-beneficio a la hora de prescribir dichos medicamentos. Se recomienda, además informar a pacientes de los posibles eventos adversos para que en caso de síntomas acudan con su médico.

Aida Giraldo

R3 Farmacología Clínica

Hospital Universitari Bellvitge

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¿Donde publicamos los resultados de la investigación?

El médico necesita disponer de herramientas adecuadas para gestionar el conocimiento. Hace más de 20 años, Richard Smith, en aquel momento editor jefe de la revista BMJ, alertaba de que proporcionar una atención médica de calidad obliga a una actualización continuada que el médico a menudo vive como inalcanzable. Esta información es resultado de la investigación médica que se lleva a cabo todos los días. La gestión de la información científica implica identificar, seleccionar, analizar y difundir aquella que podemos considerar esencial por su relevancia, fiabilidad y coherencia con las necesidades de los pacientes, y que oriente al médico en la toma de decisiones clínicas. El conocimiento adquirido se va modificando con la incorporación de la nueva información relevante disponible. Por tanto, es importante garantizar que la calidad de la nueva información sea suficiente para generar el mejor conocimiento aplicable a la práctica clínica.

A la hora de reflexionar sobre lo que se publica, quién lo publica y cómo se publica, vale la pena hacer referencia a un artículo del año 2008, de Marcia Angell, quien durante muchos años fue editora jefe de la revista The New England Journal of Medicine. Se criticaba que el sesgo en la forma de realizar y publicar la investigación es más frecuente de lo que sería deseable.

Hoy esta reflexión vuelve a hacerse vigente con el artículo de opinión publicado en la prensa general hace pocos días. En él se denuncian las prácticas fraudulentas de algunas revistas médicas que ofrecen a los investigadores un rápido proceso de aparición en suplementos especiales inventados para este propósito. A cambio, el investigador paga un dinero que a menudo procede del financiador del proyecto, que en buena medida suelen ser fondos públicos. Con estas prácticas, determinadas revistas alcanzan un prestigio ficticio basado sólo en la cantidad y no en la calidad.

Éste es un ejemplo extremo de mala praxis. Pero cuando hablamos de pagar por publicar de hecho estamos en una situación con ciertas similitudes que vale la pena considerar. El acceso abierto a las publicaciones científicas implica también un riesgo de favorecer publicaciones no sólo por la calidad de los datos que se presentan, sino por la aportación económica. Manuscritos de estudios que dan vueltas de editorial en editorial sin que despierten el menor interés, se acaban publicando en revistas a cambio de una cantidad. Ésta es una práctica que se generaliza cada día más y plantea un dilema ético: que se acabe publicando buena y mala investigación siempre y cuando se asuma su coste. Y esto en un sistema deficitario que a menudo no tiene dinero ni siquiera para investigar.

El acceso abierto a las publicaciones científicas de calidad no debe estar sometido a la presión económica sobre el propio investigador. Instituciones, empresas editoriales y organizaciones académicas deberían velar por garantizar la calidad de la investigación médica que se lleva a cabo y la que se publica. Y facilitar su acceso. El aumento de las publicaciones es exponencial y desgraciadamente no se debe a que aumente el número de investigadores. A la hora de publicar, ¿nos basamos más en la cantidad o la calidad?. Tal y como se remarca en el artículo, valorar la calidad es mucho más difícil pero cada vez más necesario. Y lo suficientemente importante para merecer la atención de los gestores públicos.

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