El 1 de octubre de 2021, el laboratorio fabricante de molnupiravir emitió un comunicado con los resultados del análisis intermedio del estudio Move-Out, un ensayo clínico de fase III controlado con placebo en pacientes ambulatorios no vacunados con infección por el virus SARS-Cov2 y síntomas leves-moderados. El comunicado afirmaba que molnupiravir reducía el riesgo de ingreso o muerte alrededor de un 50%, 29 días después de la infección. Con estos datos, la agencia británica (MHRA) otorgó una autorización condicional. Poco después la FDA, con los datos completos concedió una autorización de emergencia. En estos momentos el EMA todavía no ha finalizado el proceso de evaluación.
En una editorial publicada en BMJ se pone de manifiesto que estas excepcionales autorizaciones efectuadas “de puertas adentro” están basadas en requerimientos de eficacia inferiores a los procedimientos estándares: “Se considera razonable creer que molnupiravir podría ser eficaz”. Esto implica un menor rigor científico debido a que, por otra parte, se evitan posteriores evaluaciones que serían necesarias y, en último término, acaban comportando decisiones subóptimas desde un punto de vista médico. Todo ello plantea dudas sobre la fuerza y la certeza de las pruebas. Estaríamos ante un caso similar al de aducanumab en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer.
No se conocen los motivos exactos de la interrupción prematura del ensayo Move-Out y la presentación de los resultados preliminares, pero cabe pensar que se trata de un problema médico sin alternativas terapéuticas en la que a menudo las autoridades reguladoras tratan de acelerar el procedimiento de autorización. Cuando el ensayo se publicó unos meses después, los resultados mostraron unos datos de eficacia marcadamente inferiores a los presentados inicialmente, con una significación estadística en el límite. Por la opinión pública, sin embargo, se mantenía la idea de una eficacia superior a la que finalmente se mostró; se había generado lo que se conoce como sesgo cognitivo con la percepción errónea de un efecto de magnitud superior a la real en una situación de necesidad terapéutica.
Éste es un nuevo ejemplo sobre la necesidad de justificar la interrupción de los ensayos clínicos sabiendo del riesgo de magnificar efectos que posteriormente no se acaban de confirmar. Y lo que ya hemos comentado en otras ocasiones: generar unas expectativas con un medicamento que finalmente no se cumplen. Hay que encontrar el momento justo para autorizar los medicamentos: ni demasiado pronto, antes de disponer de los datos de eficacia con certeza, ni demasiado tarde, evitando que los pacientes puedan beneficiarse de ellos si el fármaco tiene un valor terapéutico confirmado.