El médico necesita disponer de herramientas adecuadas para gestionar el conocimiento. Hace más de 20 años, Richard Smith, en aquel momento editor jefe de la revista BMJ, alertaba de que proporcionar una atención médica de calidad obliga a una actualización continuada que el médico a menudo vive como inalcanzable. Esta información es resultado de la investigación médica que se lleva a cabo todos los días. La gestión de la información científica implica identificar, seleccionar, analizar y difundir aquella que podemos considerar esencial por su relevancia, fiabilidad y coherencia con las necesidades de los pacientes, y que oriente al médico en la toma de decisiones clínicas. El conocimiento adquirido se va modificando con la incorporación de la nueva información relevante disponible. Por tanto, es importante garantizar que la calidad de la nueva información sea suficiente para generar el mejor conocimiento aplicable a la práctica clínica.
A la hora de reflexionar sobre lo que se publica, quién lo publica y cómo se publica, vale la pena hacer referencia a un artículo del año 2008, de Marcia Angell, quien durante muchos años fue editora jefe de la revista The New England Journal of Medicine. Se criticaba que el sesgo en la forma de realizar y publicar la investigación es más frecuente de lo que sería deseable.
Hoy esta reflexión vuelve a hacerse vigente con el artículo de opinión publicado en la prensa general hace pocos días. En él se denuncian las prácticas fraudulentas de algunas revistas médicas que ofrecen a los investigadores un rápido proceso de aparición en suplementos especiales inventados para este propósito. A cambio, el investigador paga un dinero que a menudo procede del financiador del proyecto, que en buena medida suelen ser fondos públicos. Con estas prácticas, determinadas revistas alcanzan un prestigio ficticio basado sólo en la cantidad y no en la calidad.
Éste es un ejemplo extremo de mala praxis. Pero cuando hablamos de pagar por publicar de hecho estamos en una situación con ciertas similitudes que vale la pena considerar. El acceso abierto a las publicaciones científicas implica también un riesgo de favorecer publicaciones no sólo por la calidad de los datos que se presentan, sino por la aportación económica. Manuscritos de estudios que dan vueltas de editorial en editorial sin que despierten el menor interés, se acaban publicando en revistas a cambio de una cantidad. Ésta es una práctica que se generaliza cada día más y plantea un dilema ético: que se acabe publicando buena y mala investigación siempre y cuando se asuma su coste. Y esto en un sistema deficitario que a menudo no tiene dinero ni siquiera para investigar.
El acceso abierto a las publicaciones científicas de calidad no debe estar sometido a la presión económica sobre el propio investigador. Instituciones, empresas editoriales y organizaciones académicas deberían velar por garantizar la calidad de la investigación médica que se lleva a cabo y la que se publica. Y facilitar su acceso. El aumento de las publicaciones es exponencial y desgraciadamente no se debe a que aumente el número de investigadores. A la hora de publicar, ¿nos basamos más en la cantidad o la calidad?. Tal y como se remarca en el artículo, valorar la calidad es mucho más difícil pero cada vez más necesario. Y lo suficientemente importante para merecer la atención de los gestores públicos.